Cuando muere alguien cercano; un padre, una madre o un hermano, incluso un amigo, se hace necesario estar cerca de esa persona, para darte cuenta de que al final se ha ido, de que ya nunca más estará a tu lado. Es como si al no velarlo, al no verlo tumbado en su ataúd no se hubiera ido, como si nuestra consciencia tuviera que darle el último adiós para dejarnos vivir tranquilos, o no tranquilos, si no con esa sensación de que ya pasó todo. Porque si no vives ese momento de luto parece que sigue ahí y tu mente siempre creerá que lo volverás a ver en cualquier momento.