LOS AMANTES FURTIVOS




Se encontraron una noche en un aparcamiento apartado y oscuro. Todo aquello les parecía extraño, nuevo, excitante. Dos hombres libres ejerciendo su libertad a decidir, a actuar como bien les parecía, sin dañar a nadie, sin molestar a nadie, pero sin ser molestados. Dos adultos que ocultaron su pasión, sus deseos, durante años por miedo a la sociedad, por miedo al repudio familiar. Quizás el mayor temor de todo homosexual.



En aquel momento eran dos personas asustadas, tratando de encontrar un igual que los comprendiera. Alguien con quien dejar fluir su sexualidad, sus pasiones, sus deseos ocultos por años de encierro mental. Y encontraron lo que buscaban, lo que anhelaron durante años sin poder ejercer su libertad. Disfrutaron de una noche sexual y apasionante, pero descubrieron sentimientos más profundos, algo nunca antes vivido, jamás conocido.



Meses después decidieron dar un viaje romántico, buscaban celebrar aquel amor nuevo y desconocido. Iban en el avión uno junto al otro, regalándose miradas cómplices, sonrisas furtivas, algún que otro roce de manos, que les sacaba una sonrisa a la par que un escalofrío apasionado. Se sentían como dos escolares en un apasionado amor de verano, que se esconden de los amigos para verse en lugares insospechados y dejarse llevar por la pasión, por ese primer deseo de sentir cerca el cuerpo del otro, su olor, su respiración entrecortada, sus caricias, sus besos, siempre ocultos a los ojos de los demás.



Aquella semana mágica y llena de grandes deseos pudo haber terminado bien. Todo apuntaba a que, a la vuelta del viaje, la relación seguiría viento en popa y a toda vela, hacia un destino lejano, dejándose arrastrar por el oleaje y sin querer llegar a ningún puerto, ya que preferían permanecer alejados de todo y de todos, sin que nada ni nadie estropeara aquel maravilloso romance.



¡Ah! ¡Qué perfecta es así la vida! Cuando ya, cansado de todo, consigues encontrar lo que andabas anhelando, buscando sin cesar en cada momento, incluso en los sueños, que te permiten vivir todo lo que deseas sin rendir cuenta a nadie, pero que, al final, como dicen por ahí, los sueños sueños son. ¡Qué maravilla! Dos hombres paseando por hermosas calles, cenando en restaurantes exquisitos, compartiendo un fabuloso vino, sonriéndose entre sorbo y sorbo, hablando de sus gustos, compartiendo sus pasiones y sus disgustos por temas controvertidos. Recordando asuntos del pasado, aquellas novias, por parte de uno o aquel chico enamorado, por parte del otro.



Nada había de malo en todo aquello, nada había de obsceno en la relación. A los ojos de una parte del mundo, eran dos hombres libres, enamorados el uno del otro. A los ojos de la otra parte, eran dos pecadores, dos pervertidos o desviados sexuales, que mejor podrían curarse su homosexualidad y vivir una vida productiva junto a su mujer y sus hijos. Pero allí estaban, tan contentos. Felices de vivir su vida como querían, contentos con su firme decisión.



La idílica semana ya casi llegaba a su fin. La penúltima noche en aquella ciudad. Habían disfrutado de los museos, los parques, los edificios emblemáticos y los locales de ambiente gay, siempre con cierto miedo a entrar en ellos y que los vieran, aunque estaban decididos a seguir adelante con su relación, a contarle al mundo entero cuanto se amaban. Se lo contarían a sus familiares y amigos y no permitirían que los insultaran o agredieran, en el caso que a alguno se le ocurriera semejante estupidez, pensaban. Todo aquel que los rechazara sería alejado automáticamente y utilizarían las redes sociales para dejar constancia de su amor, como hace cualquier persona cuando se enamora.



Ya nada los detendría.



Ya habían sufrido y esperado bastante tiempo hasta que por fin les llegó el verdadero amor. Parejas desafortunadas por parte de uno de ellos y un matrimonio de veinte años frustrado, por parte del otro. Veinte años perdidos, tirados a la basura con una mujer que no lo amaba y a la que él tampoco amaba. La costumbre y la familia hicieron que durara a pesar de que ambos sabían que era sólo cuestión de tiempo que la pareja se rompiera. Ahora con 45 años, ambos por fin eran libres.



Salieron del local un poco bebidos, tomaron por algunas calles abarrotadas de gente, juventud mezclada con adultos de su misma edad. Caminaban sorteando a cada individuo, siendo participes de sus conversaciones y de sus risas. Todos bebían fuera de los locales; otros buscaban donde entrar a beber para continuar la noche de fiesta. Pero ellos ya querían regresar al hotel y poner en práctica aquellos deseos o invenciones susurradas al oído. Se sentían extasiados, excitados por la idea de complacer al otro en los juegos lujuriosos de la cama, donde no hay fronteras ni límites establecidos.



Se perdieron por calles solitarias y, en momentos, oscuras en dirección al hotel, sonriendo y hablando animadamente. Se tomaron de la mano en un acto reflejo, un acto simple y sincero, algo natural e inocente visto desde cualquier mirada de cualquier persona del mundo. Pero no, al parecer, para los cinco jóvenes que estaban a punto de cruzarse con ellos. Los divisaron como a veinte metros y decidieron soltarse las manos, pero fue demasiado tarde, ya los habían visto y acelerado el paso.



¡Maricones de mierda! Les gritaron y saltaron sobre ellos. Dos hombres de cuarenta y tantos deberían ser suficientes para defenderse frente a tres veinteañeros y dos de entre 17 y 18 años, pero al parecer, no lo eran. Llovían patadas y puñetazos por todas partes, parecía que eran muchos más de cinco e incluso tirados en el suelo, no parecían querer o pretender parar. Había que matarlos, despojarlos de la vida por pecadores, por depravados sexuales, por ser parte de la inmundicia humana que iba a conseguir que el ser humano se extinguiera. No en vano, el sida y la baja natalidad, eran culpa de esos sucios maricones.



Eran cinco chicos ejerciendo su libertad a opinar y decidir, no sólo por ellos mismos, si no también por los demás. Eran ellos los que llevaban la razón y no aquellos dos desviados. Su religión, su cultura o su moral, no les permitía dejarlos vivos, no si ellos lo podían evitar. Librar al mundo de al menos dos de aquellos cerdos sería un acto heroico, la sociedad entendería su fin y les daría las gracias.



Sólo bastaron cinco minutos, tan poco tiempo cubierto de patadas y puñetazos ininterrumpidos, para acabar con al menos una vida. La vida no vale nada, viene y se va en un ínfimo período de tiempo. Ahora estás vivo y al segundo no lo estás o te debates entre la vida y la muerte en un baile desesperado, sin entenderlo, sin comprender cómo hacía escasos minutos eras el hombre más feliz del mundo y ahora se te escapa la vida por una rendija de tu cuerpo.



Por suerte, unos gritos detuvieron la matanza. Los muchachos, alertados por otros que se acercaban abandonaron a los dos hombres a su suerte. Herido de muerte, uno se arrastró hasta el otro, su amado, que yacía sin vida, con los ojos abiertos mirando al infinito; quizás observando a su alma elevarse a las estrellas en un intento por alcanzar el paraíso, ejerciendo su derecho a volar, a ser libre de unirse al Universo sin que, éste, lo juzgue por su condición sexual.



Ya todo había terminado.



Un intenso amor de escasos meses, frustrado por la incomprensión de los demás; de aquellos que no están dispuestos a dejar vivir a otros como quieran y deseen, porque su forma de vida es la única plausible, la que Dios aprueba y la que la religión protege en detrimento de la otra, a la cual desprecia, si no es a escondidas. Un amor más verdadero que muchos de esos heteros que aguantan carretas y carretones con tal de encajar en su entorno, conectar con la sociedad sin mirar si realmente son felices o no.



El hombre despertó días después, tendido en la cama de un hospital, rodeado de familiares que lo observaban con cariño y tristeza.



¡Cariño, estás vivo! —le susurró la señora que estaba a su lado y le cogía de la mano. Aquella madre con ojos llorosos y voz quebrada que sí comprendía a su hijo.



Pero él realmente había muerto con el amor de su vida unos días antes. Su espíritu voló en busca de su amado…











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4 comentarios:

  1. Este relato te hace pasar por muchos sentimientos. De mariposas en la barriga hasta el puñal clavado en el corazon, pasando por la rabia de un perro enfurecido... bien escrito David 😘

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    1. Me alegro que te guste y que genere tantos sentimientos en ti, una pena que alguno de esos sentimientos sean de rabia, pero es lo que está pasando. Muchas gracias Andrés. Un abrazo.

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  2. Una narración sublime, que habla de amor, de miedos y de incomprensión.
    En pleno siglo XXI, la sociedad es aún cautiva de los prejuicios, ya sea por motivos sexuales, por el color de la piel, la religión, la política...
    ¿Dónde está nuestro derecho a ser libres sin necesidad de morir en el intento?
    ¡Excelente tu prosa y el mensaje que intentas transmitir!

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    1. Sí, ¿dónde está nuestro derecho a ser libres? Tú lo has dicho, perece que si no haces o te comportas como la mayoría, no tienes derechoa vivir, una desgracia. A ver si cambiamos esto. Muchas gracias por tu comentario Marta. Un abrazo.

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