El edificio estaba en un lugar apartado,
en una zona destinada a uso industrial, pero aún por construir.
Todo parecía frío y desolado, como si
nada ni nadie hubiera pisado nunca aquel lugar. El policía llegó de los
primeros. Estaba sólo en su coche cuando escuchó el aviso. El sospechoso se
encontraba en aquella zona apartada de la ciudad. Quienes lo vieron lo
identificaron como el asesino de masas que tanto salía en los periódicos y los
informativos. Su cara, su mirada, aquella expresión tan vacía y tan sombría era
difícil de olvidar. Muchos decían que después de ver su rostro en los
noticiarios, tenían incluso pesadillas, donde el asesino los perseguía para
convertirlos en una más de sus víctimas.
Pero aquél policía era joven y
atrevido. Además, estaba ansioso por conseguir un buen caso en el que lo
tildaran de héroe, lo llenaran de medallas y lo ascendieran a lo más alto en el
menor tiempo posible. No en vano, era un hombre bastante orgulloso y no tenía
ganas de andar de recadero de los más veteranos.
Aunque la operadora le insistió en que
esperara a los refuerzos, que no tardarían en llegar, él hizo caso omiso y se
lanzó a por el asesino. Si lo atrapaba, lo coronarían al día siguiente. Saldría
en todos los noticiarios y lo entrevistarían los mejores reporteros del mundo.
Quizás, pensaba mientras se dirigía hacia aquella zona, incluso pueda escribir
un libro y, más tarde, harían una película basada en su gran hazaña.
Aunque
conociendo como conocía a la gente, lo más probable es que se escribiera un
libro sobre la vida del asesino y se hiciera una película a posteriori. En fin,
pasara lo que pasase, él quedaría como el hombre que capturó a uno de los
asesinos más mortíferos de todos los tiempos. En el caso de que muriera, daría
rienda suelta a las especulaciones, sería un mártir y sus compañeros tendrían
un aliciente para atrapar al malvado. Después, con el tiempo, alguien
escribiría un libro y su nombre saldría como el policía que se enfrentó en solitario
al feroz asesino de masas.
Hasta la fecha, nadie había alcanzado tal
cifra de muertos; sólo comparado con un desastre natural. Y él no iba a ser
quien lo dejara escapar para que continuara con sus hazañas. Puede que ese
hombre estuviera orgulloso de lo que había hecho hasta el momento, pero, por lo
que al él respectaba, no se andaría con
miramientos. Lo atraparía sin dudarlo.
Un ligero sonido lo sacó de sus
pensamiento y lo trajo de regreso a aquél frío edificio. Continuó su camino
sigiloso, como un leopardo a la caza de su presa, y con el revólver en la mano,
preparado para disparar en caso de que se le echaran encima.
Pronto llegó hasta una amplia estancia en
la que sólo la luz de la luna se colaba por entre las ventanas de cristales
roto. Afuera, pudo notar que llegaban los refuerzos. Ya veía las luces de los
coches titilando, el rojo y el azul de los faros eran inconfundibles. Pero no
pensaba esperarlos. Así que dio unos pasos más y se encontró de frente con
aquél hombre.
Estaba en cuclillas en el suelo, desnudo
y encogido como un perro apaleado. Él, Rodrigo, no pensaba amilanarse con
aquella estampa, ni siquiera le apenaba el hecho de que estuviera pegado a
aquella fría pared. Por un momento, se quedó observándolo, sin hacer nada de
ruido, pensando cuánto tiempo llevaría aquel hombre en semejante postura. Pero
eso debía de darle igual. Aquél hombre había matado a personas inocentes. Niños
y mujeres, también, se contaban entre los asesinados por aquel desalmado.
—Al final, no ha sido tan
difícil encontrarte… y ¡mírate!... ahora estás ahí, indefenso. Desnudo como tu
madre te trajo al mundo. Estás acabado. ¿No tienes nada que decir?
El silencio seguía reinando en el lugar,
sólo el viento emitía sonidos extraños al atravesar las ventanas rotas.
—Ya mis compañeros están fuera, armados
hasta los dientes, no tienes escapatoria.
El otro seguía sin decir nada.
—Ni siquiera te atreves a mirarme a la
cara, a mí, que soy quien te va a meter eternamente entre rejas.
La voz proveniente del asesino, lo dejó
helado. No esperaba que hablara en aquél preciso momento, ni tampoco esperaba
que su voz fuera tan fría.
—¿No te alegras de encontrarme?, ¿a qué
esperas, pues, para detenerme? —Hizo ambas preguntas sin levantar la cabeza,
por lo que su voz salía amortiguada por su cuerpo.
—Claro que lo esperaba. ¡Ya puedes
levantarte y darte la vuelta! ¡Pon las manos en la pared y todo irá como la
seda!
El asesino soltó una fría carcajada.
Todos los pelos de Rodrigo se le pusieron de punta.
De pronto, el asesino comenzó a
levantarse, muy despacio, como si no tuviera ninguna prisa por ser arrestado. Rodrigo
lo observaba con mucha paciencia, pero con cierto recelo, ya que parecía que
aquél hombre se estuviera mofando de él.
Cuando el asesino se quedó erguido, Rodrigo
pudo comprobar la perfección de su cuerpo completamente desnudo. La luz que
entraba por la ventana, le daba un tono gris azulado que lo hacía parecer de
otro planeta.
—¡Ahora date la vuelta y pon las manos
detrás de la espalda!
—¡No vayas tan rápido, amigo! Aún estás a
tiempo de salir con vida de esto.
—¡No soy tu amigo!... ¿Me estás
amenazando? —preguntó Rodrigo encañonando al otro hombre con el arma. Sus manos
tenían un ligero temblor.
El asesino soltó una fuerte carcajada que
le heló la sangre al policía.
—¡Te doy miedo! Interesante. Has venido a
detenerme para quedar como un autentico héroe, ¿verdad?... —Se detuvo a esperar
una respuesta que no llegó—. He matado a hombres tan fuertes y atrevidos como
tú.
—También has matado a niños y mujeres.
¿Estás orgulloso por ello?
Un largo silencio se adueñó del lugar.
—¡Esas personas debían morir! —aseguró el
otro.
—¿Y quién eres tú para decidir eso? —Rodrigo
casi escupió las palabras. Su saliva alcanzó el pecho del asesino; éste ni se
inmutó. A pesar de ser un hombre orgulloso y duro, también tenía un gran
sentido de la empatía.
—¿Que quién soy yo? —otra carcajada llenó
la estancia, esta vez sonó más fría si cabe—. Yo soy Muerte.
Aquella última frase hizo estremecer todo
el cuerpo del policía. Mientras, el asesino permanecía estoico y con aquella
mirada vacía y, a la vez, profunda. Rodrigo se la mantenía, pero le costaba un
mundo luchar por no desviar su mirada. No quería que aquél hombre lo tomara por
un débil.
—¿Has visto a un hombre agonizar de dolor
hasta morir sin un solo familiar a su lado? —Aquella pregunta sorprendió al
policía, pero no respondió. —¿Has estado junto a un niño mientras muere a mano
de la leucemia que inunda su cuerpecito?... ¿Y de una mujer devastada por el
cáncer que corrompe todo su cuerpo? —Las palabras del hombre salían de su boca
acompañadas de un vaho frío y espeso que parecía ir extendiéndose por todo el
recinto. Rodrigo se estremeció de puro frío. —¿Has contabilizado el tiempo que
tarda una persona en morir ahogado? O, ¿de inanición mientras está encerrado
contra su voluntad en un sucio agujero?... ¿Has visto estremecerse a un cuerpo
agonizante después de recibir balazos a quemarropa?... No señor policía. Tú aún
no has visto nada de eso. Un gatito atrapado en un árbol, ¿tal vez? ¿Un niño
perdido que no encuentra a su madre en un centro comercial, quizás?.
El hombre dejó de hablar como si
estuviera esperando una respuesta del policía o, quizás, una reacción
determinada a todo lo que le había dicho. Pero lo que vio fue a un hombre
tembloroso por el frío que se había extendido por el local. Por un momento
sintió pena por él, por la ignorancia de quien se cree capaz de arreglar el
mundo con solo pensarlo.
—¿Ahora eres tú quien no tiene nada que
decir? Estás ahí parado, pensando que de un momento a otro tus compañeros
entrarán a sacarte de este lío. Pero deja de mirarme y mira a tu alrededor.
Rodrigo obedeció casi sin quererlo.
—¡No hay nadie más que tú! Estás solo ante mi y nadie vendrá a ayudarte
a detenerme. Todo lo que has visto lo has soñado o imaginado por tu deseo de
detener lo que no se puede. ¡Yo soy Muerte! No mato, sino que estoy junto a los
que agonizan en un intento de que dejen de sufrir lo antes posible. Les cojo la
mano que extienden en busca de unos seres queridos que no están a su lado, o
que no tienen la fuerza de ayudarlo a terminar con su sufrimiento. ¡Ese es mi
único delito!
Esa frase se introdujo en Rodrigo y se
instaló en su cerebro, pero no por sus oídos, sino por sus fosas nasales, que
respiraban aquel denso vapor frío, y después recorrió todo su cuerpo hasta
mezclarse con su sangre y recorrer todo su cuerpo como si fuera un escalofrío.
—¡Ese es mi único delito! —susurró mientras
exhalaba aquel vaho frío y soltaba virutas de saliva que se toparon con el
espejo en el que Rodrigo se estaba mirando. Allí, en su cuarto de baño. A
oscuras y desnudo como su madre lo trajo al mundo y con una sensación extraña
rondándole la cabeza.
Años después, Rodrigo se encontraba
tumbado en una cama. Era una cama, en una habitación de hospital. Había estado
durmiendo y alguien le agarraba de la mano un instante antes de despertarse,
pero no pudo ver de quien se trataba, ya que, al despertar, aquella persona ya
se había ido.
—Tu hija ha ido a tomar algo o eso creo.
Rodrigo levantó la cabeza y reconoció a
duras penas al hombre que lo miraba desde los pies de su cama.
—¡Tú otra vez! —susurró tras quitarse la
máscara de oxígeno, que casi le tapaba toda la cara—. Me has encontrado. —No
era precisamente una pregunta.
—Nunca te he dejado de observar. Siempre estuve a tu lado, desde el día
en que me encontraste.
—Y veo que sigues igual —Rodrigo lo miró
de arriba a bajo, sin importarle, una vez más, el que aquel hombre estuviera todo
desnudo, como su madre lo trajo al mundo—. Tienes el mismo aspecto que hace 35
años… estás igual… No has cambiado nada.
—Para mi, el tiempo no significa nada, te
lo dije. Siempre estoy aquí para los que van a cruzar al otro lado…
—Y ahora estás aquí por mi, ¿verdad? —lo
interrumpió Rodrigo.
—Sí, como lo estuve con ella —se detuvo.
—¿Con mi María? —susurró Rodrigo entrecortadamente.
Por momentos le costaba respirar. Se colocó la máscara y cerró los ojos para
reprimir las lágrimas que comenzaron a brotar.
—Sí, no la dejé sufrir y tampoco lo haré
contigo. Tendré las fuerzas que ni los médicos ni tu hija tienen para darte el
descanso en estos momentos.
—Ellos harán lo debido…
—¡Ellos te dejarán morir sufriendo! —lo
cortó Muerte casi gritando. Sus ojos también se le llenaron de lágrimas—. Lo he
visto miles de veces. Intentan mantenerte con vida sin pensar en ti, en tu
sufrimiento.
—¿La cogiste de la mano?... ¿A María?
—Por supuesto que sí. Tú estabas a su
lado, pero te limitaste a esperar a que llegara su momento.
—¿Y qué podía yo hacer?
—Por eso estuve yo allí. Sabía que no
tendrías el valor de ayudarla a partir.
—No es tan fácil. Era la mujer de mi
vida. Yo…
—Tú y el resto del mundo creen que el
amor les da derecho a retener a los que se tienen que ir.
—No es eso… —Rodrigo se detuvo por un acceso
de tos— ¿Por qué estás aquí? —consiguió preguntar cuando se hubo recuperado.
—Porque tú has sido el único que fue en
mi búsqueda, tratando de encontrar una respuesta. Bueno, más bien buscabas
detenerme… o matarme —sonrió.
—Necesitaba respuestas —aseguró Rodrigo—.
Me sentía fuerte y valiente. Era joven y decidido, pero sentía la empatía
suficiente como para sufrir por el dolor de los demás. —Casi le costaba
respirar y tomaba grandes bocanadas de aire a cada dos palabras, pero se le
entendía bastante bien.
—Lo supe en cuanto te vi, allí de pie
ante mí. —Muerte reflexionó, como buscando las palabras determinadas—. Eras
como un reflejo de lo que sería yo si fuera mortal.
Rodrigo comenzó a llorar, hasta que
sintió el calor de la mano de su hija, que había entrado en la habitación sin
que su padre se percatara de ello.
—Papá, ¿estás hablando solo? —Agachó la
cabeza y le besó la mano—. No llores, que me vas a hacer llorar a mí.
—Hija mía, gracias por estar a mi lado.
—Papá, por favor. Por supuesto que voy a
estar a tu lado lo que sea necesario.
—Deberías ir con tu hijo y tu marido…
—De ninguna manera —lo cortó su hija—. Me
pienso quedar aquí todo el tiempo que haga falta.
Rodrigo levantó la mirada y se encontró
con la de Muerte, que lo observaba con una sonrisa enigmática.
—Hija, quiero descansar un poco. ¿Por qué
no vas a la sala de visitas y me dejas un rato a solas?
—¡Está bien! —dijo su hija en un intento
de parecer molesta, pero su sonrisa delató que comprendía a su padre—. Iré un
rato a hablar con el niño, debe de estar volviendo loco a su padre. Pero luego
no te vas a librar de mí —dicho esto, se adelantó para plantarle un sonoro beso
en la frente de su padre.
—Gracias, cariño —logró pronunciar
Rodrigo entre hipidos de llanto.
—Tranquilo, papá —susurró su hija y le
limpió la cara con un pañuelo de papel—. Descansa —comentó antes de marcharse.
Entonces Muerte se acercó a la cabecera
de la cama, justo al lado de Rodrigo, donde hacía un momento se encontraba su
hija.
Muy despacio le tomó la mano y suspiró.
—¿Me dolerá? —preguntó Rodrigo, ahora
afligido.
—De ninguna manera. No lo permitiré. —Una
lágrima recorrió el terso rostro del joven Muerte.
Rodrigo se estremeció con el contacto
frío de la mano del hombre pero, un instante después, un calor reconfortante
comenzó a recorrerle todo su brazo, como cuando te inyectan un calmante en las
venas, poco a poco comenzó a extenderse por todo su cuerpo, mitigando pedacito
a pedacito, todo su dolor.
Y mientras Rodrigo sentía aquel
maravilloso calor, tras Muerte, comenzaron a aparecer una serie de luces que, después
de disiparse, se convirtieron en personas. Hombres y mujeres que, en otro
tiempo, fueron parte de su familia.
Rodrigo les sonrió con los ojos muy
abiertos. Los conocía a todos. Recordaba a cada uno de ellos como si acabara de
tener una conversación o reírse de alguna sugerencia graciosa con alguno de
ellos. Todos lo miraban con aprecio, incluso con los que en algún momento tuvo
una riña.
—Están aquí para acompañarte —pronunció
Muerte.
—¿Adónde iré? —preguntó Rodrigo sin
apartar la vista de su mujer.
—A un lugar mejor —susurró
Muerte, pero los otros movieron los labios como si imitaran al otro hombre—. Un
sitio diferente, donde no tendrás que sufrir.
Rodrigo comenzó a cerrar los ojos, justo
cuando aquel calor ya había recorrido todo su cuerpo. Se sentía diferente, lleno
de calor, energía que provenía de Muerte, y comenzó a sentir que flotaba en el
momento justo en el que sus ojos se cerraron por completo.
Cuando su hija entró por la puerta de la
habitación, sintió que algo había cambiado y al acercarse a la cama de su
padre, notó que ya se había ido…
—Las leyendas cuentan de mi que visto
largos y oscuros ropajes. Que vago por el mundo cubierto con una capucha y que
en mi mano porto una guadaña con la que te cortaré la cabeza. Otros pueblos me
han descrito como a un monstruo que mata sin piedad. Pero soy como cualquiera
de vosotros, con un cuerpo y un rostro comunes… Yo soy Muerte, pero no una muerte
sin escrúpulos, sino la muerte digna, la que todos desean antes de partir.
Acompaño a los que están a las puertas del último aliento. Soy la grasa que
permite que la llave gire sin trabarse, que la puerta cierre sin crujir. Soy
quien está a tu lado cuando ya no queda nadie. El que te acompaña en el largo
túnel oscuro hasta llegar al círculo de luz. Soy quien te lleva de la mano al
otro lado, sin dolor, sin sufrimiento… Soy Muerte.
Dios! Es precioso, me ha encantado.
ResponderEliminarMe alegro que te gustara Mireia, muchas gracias por tu comentario.
EliminarMuy bieno, me ha encantado 😘😘😘😘
ResponderEliminarMuchas gracias Maika, me alegra que te guste. Y gracias por tu comentario.
EliminarEstupendo estimado escritor, comunicador y amigo. Felicidades
ResponderEliminarMe alegro que te guste Esteban. Muchas gracias, un fuerte abrazo.
EliminarEstupendo relato. ¡Felicidades!
ResponderEliminarMe alegro que le guste. Muchas gracias por su comentario.
EliminarMuy bueno y cierto.
ResponderEliminarMe alegra que lo haya disfrutado. Muchas gracias por el comentario, Nadine. Un saludo
EliminarDesgarrador y duro. Pero me gusta tu prosa porque es cautivadora y fluida.
ResponderEliminarMe alegra que te guste Marta, muchas gracias por tu comentario, anima a seguir escribiendo. Saludos.
Eliminar¡¡Maravilloso David!! Me ha encantado. Muchas gracias.
ResponderEliminarMe alegra que te gustara. Muchas gracias a ti por tu comentario. Un abrazo.
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