REFLEXIÓN SOBRE EL LUTO


Cuando muere alguien cercano; un padre, una madre o un hermano, incluso un amigo, se hace necesario estar cerca de esa persona, para darte cuenta de que al final se ha ido, de que ya nunca más estará a tu lado. Es como si al no velarlo, al no verlo tumbado en su ataúd no se hubiera ido, como si nuestra consciencia tuviera que darle el último adiós para dejarnos vivir tranquilos, o no tranquilos, si no con esa sensación de que ya pasó todo. Porque si no vives ese momento de luto parece que sigue ahí y tu mente siempre creerá que lo volverás a ver en cualquier momento.

 

Por eso, cuando me hablan de que todavía no es necesario un luto por todos los muertos, me entristece pensar que sus familiares no han tenido ese momento de despedida, ese luto, casi necesario, para decirle a nuestra mente que ya nunca más los volveremos a ver.

¿Se hará cuando acabe todo? ¿Y si no acaba? ¿Y aunque acabe y han pasado tres o cuatro meses? ¿De verdad hay alguien que ve normal que los familiares de los fallecidos no se despidan de sus muertos? ¿Y si es tu padre o tu madre? ¿Se ha muerto también la empatía en este puto país?

 

Ojalá esto pare algún día y seamos capaces de olvidar semejante barbarie. Quizás, hasta que no muera alguien cercano de los que se niegan a reconocer la realidad que nos azota, o de esos políticos que parece que no les duele nada o todos aquellos que salen a aplaudir sin tino a sus ventanas o balcones no sean capaces de ver la realidad que nos rodea y que no hay que mirar lo mal que lo están haciendo otros países para quedarnos tan tranquilos escuchando una y otra vez lo que nos dicen los políticos, aunque, a menudo, nos parezca retórico y sin sentido.

 

Ojalá, esa nueva normalidad de la que hablan, traiga un poco más de cordura, empatía y tranquilidad a nuestras vidas, porque la unión ya se perdió hace mucho tiempo.




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